Grandes cosas

No es fácil, en medio del caos diario plagado de horas de entrada, de salida, de ropas limpias y por lavar, de compras pendientes y salones por ordenar, darse cuenta de algunas cosas importante que ocurren en las casas donde viven niños pequeños. Da igual si la madre y el padre trabajan, da igual si uno lo hace dentro de casa y el otro fuera, en jornadas de esas maratonianas de doce horas si le sumamos el tiempo de transporte hasta el hogar. Ya digo, no es fácil, si valoramos como muchas veces se valora el éxito en nuestros días y en nuestras sociedades, darse cuenta de que aquí, en los pequeños reinos independientes que son las casas, ocurren cosas maravillosas a diario. En serio.

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Una noche mientras hacíamos la cena, M. buscó una tela y nos puso una mesa de gala para todos 🙂

A veces cuesta ver estas cosas, por ejemplo tras un despido, una bronca, un fracaso laboral, una oportunidad acariciada y que de pronto se nos escapa… tras estos traspiés parece que todo empieza a temblar, como si nuestro sitio en el mundo se moviera un poco y estuviéramos a punto de quedarnos sin silla. En esos momentos es todavía más difícil, pero a veces ocurre que se es capaz de ver el cosmos en su totalidad, y salir de nuestros ombligos por unos segundos. Por ejemplo, durante el milagro que supone una siesta doble entre diario, que justo te pilla con un café en la mano. En ese momento tan zen, de pronto notas que tu campo de visión se amplia, como si alguien abriera un poco más la lente y fuéramos a gozar de una gran amplitud de miras durante un ratito, nada, no os penséis, lo justo para que se termine el café. Pero con suerte, seremos capaces de abstraernos de nuestro suelo conocido y de levantarnos un poco por encima de nuestra ciudad y de nuestro país, de dejar abajo las llaves de nuestra casa, nuestras facturas en el buzón, y mirar un poco más allá.

En ese levitar, veremos que en las casas con niños pasan cosas maravillosas. Esas cosas pueden parecen nimias si se miran por separado, pero vamos a enumerar un poco el conjunto: el esfuerzo diario de empatía que se realiza con los niños al dejarles elegir, la repetición constante del mantra «las cosas se piden por favor», el esmero por tener la casa bonita y aireada, tener el detalle de fregar un vaso que les va a hacer ilusión, la preocupación ante una mirada triste, el respeto por los sentimientos propios, por la forma propia de hacer las cosas y de asumir la frustración, la cooperación diaria para las tareas que conciernen a todos, el aplicar límites claros cuando se habla de justicia, el enseñar solidaridad, ecología, educación y respeto con las propias acciones diarias, decir «qué guapo te veo», «gracias por guardarme la ropa»… Hay más: saludar con una sonrisa a los vecinos, despedirse, dar las gracias, cocinar algo que requiere tiempo y esfuerzo, trabajar en equipo, pedir disculpas cuando nos equivocamos (sí, nosotras y nosotros también nos equivocamos a diario con nuestros hijos!), ofrecer nuestra ayuda cuando alguien la puede necesitar, manifestar nuestros sentimientos sin ningún tipo de miedo a sentirnos inferiores, luchar por lo que creemos sin miedo al qué dirán, no encasillar a la gente por su aspecto, no juzgar sin conocer, buscar nuestros ratos de soledad y desconexión cuando los necesitemos sin echar nada en cara, explicar las cosas lo más sencillamente posible, siempre decir la verdad…

Todas estas enseñanzas, que los padres y madres repetimos sin descanso día tras día, con nuestras caídas y nuestros gritos y nuestras vueltas a empezar, son las que van a quedarse, con suerte para siempre, en el interior de los pequeños a los que animamos a que se calcen solos otra vez, porque sabemos que saben y porque después sonreirán orgullosos.

Así que, centrémonos: todas estas cosas maravillosas ocurren a diario en la gran mayoría de casas donde se crían hijos y tienen detrás a unos padres y unas madres que se cansan, que se frustran, que aprenden, que buscan herramientas, que se desahogan, que respiran una y otra vez, que buscan sinónimos para que se les entienda, que ponen taburetes y escalones por toda la casa, que quitan puertas para minimizar peligros, que dejan delantales, cepillos y calzoncillos donde ellos los puedan ver.

Ya sé que todo esto no da un sueldo, que no es que tenga muy buena prensa, que no es algo a lo que casi nadie aspire, que no se puede cuantificar en el currículum y que seguramente ningún jefe lo vaya jamás a preguntar. Pero sí, de verdad que sí: son grandes cosas, cosas magníficas, cosas con una energía tan grande e importante para el futuro no solo de los hijos, sino del planeta en general… que merece la pena dedicarles un ratito de vez en cuando, por aquello, ya digo, de no perder el foco.

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