No es coña.
Lo llevo notando unos meses, lo que pasa es que, como no es ni medio normal, durante muchas semanas he hecho como que no me pasaba. Pero, qué caramba, a qué engañarnos: en ocasiones oigo voces. Digo ocasiones así en general, pero son momentos muy concretos de mi día a día, momentos que tengo ya más que fichados.
No falla: es cerrar una puerta tras de mí, y comenzar a escuchar voces. Sus voces. Llamándome a gritos, gritando desesperados, sollozando por un golpe cuasi mortal en la cabeza, pidiéndome agua, pidiéndome teta, pidiéndome lo que sea.
Los primeros días, al escuchar estas voces, volvía a abrir la puerta en cuestión con el vello erizado de puro acojone, para encontrarme con la cruda realidad: tras ella solo me espera el más espeso de los silencios. Que no me llama nadie, vaya. Que me imagino cosas yo sola.
Haciendo un pormenorizado análisis de la situación, conseguí darme cuenta de un hecho importante: las voces las oigo cuando no puedo oír a los niños. Si entorno la puerta, pongamos por caso, para poder sentarme a escribir tranquilamente en la quietud de la habitación, no hay problema; la niña duerme y el niño pinta feliz en su sillita.
Ahora, si cierro la puerta para ducharme, empieza el show. Es encender el grifo y empezar a escuchar los espeluznante lamentos de la prole. Lo mismo si me meto a cocinar, no puedo encender la campana extractora sin escuchar cómo me llaman desesperados, malheridos, ensangrentados.
De modo que me he tirado muchos días de mi vida reciente encendiendo y apagando grifos como una posesa, y encendiendo y apagando la campana de la cocina como si estuviera viviendo dentro de un vídeo de esos de boomerang.
¿Todo para qué?
Para nada.
En algunos momentos, con la oreja pegada a la puerta constatando que efectivamente nadie me llama, he llegado a plantearme la posibilidad de que su inteligencia prodigiosa, la de mis dos retoños, les llegase para gastarme este tipo de broma macabra compinchados con su padre, que les cuida amorosamente.
Pero no.
¡Todo está en mi cabeza!
Luego, el rato que se me ocurre tirarme al suelo para disfrutar de una tarde súperpostureta de disfrute maternofilial, no me hacen puto caso, no me necesitan ni una sola vez, van solos al baño, se consuelan mutuamente ante las caídas y les salen unas torres de lego duplo a ellos solitos que quitan el sentío.
Lo mío, ya lo decía yo al principio, no es ni medio normal 🙂
Jajajajajaja! Me parece que vas a oír voces unos cuantos lustros… XD
Muas!
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Jajajaja la que me espera! 🙂
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