Casi cinco

Tener un hijo de casi cinco años mola mogollón. Razona, no lleva pañales, vas al súper y se encarga de recordarte lo que había que comprar y te ayuda a sacar las cosas del carro para ponerlas en la caja mientras vigila a su hermana porque está muy loca y se dedica a dar unos saltos en el carro que no son ni medio normales. IMG_1065

Un hijo de casi cinco años, además, te coge en un momento dado y te dice: «voy a recoger»; y te coge todo lo que sobra en el salón y lo ordena muy bien ordenadito en el mueble de la entrada en un pis pás. Intentar llevar cada cosa a su sitio después, es de valientes.

Este hijo de casi cinco años tienen muchísima energía, muchas cosas claras y muy pocas ganas de dejarse mangonear, así que come muy pocas verduras, hace doce o trece dibujos cada día y los tiene que exponer sí o sí por la casa, y se enfada con muchísima emoción ante las injusticias de la vida como la obligación de lavarse los dientes o hablar sin gritar a quien te habla bien aunque la furia se apodere de ti.

Con casi cinco años, para mí todavía es un chiquitín, pero él debe tener otra percepción porque ya no quiere que le ayude con la camiseta, con el yogur, con la puerta o con la manguera; tampoco quiere, pobre de mí, ni que le achuche de improviso.

Hace bromas, hace el gamberro, se ríe de todo con toda su cara iluminada y sabe muchas cosas de bichos, mamíferos y animales en general. Las enumera con orgullo todas las veces que hagan falta, y en cualquier lugar donde haga falta. Y a quien haga falta.

Y, también, este hijo de casi cinco años, tiene además otra gran peculiaridad: la capacidad de sacar lo mejor de mí aunque muchos días no me de cuenta.

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