Escapa como puedas

Como en casi todo en esta vida, en la maternidad también existe un ying y un yang. Una gran contradicción: la que se da entre «querer estar presente» y «querer estar muy ausente».

Lo primero, querer estar presente, a priori es lo más fácil, más que nada porque a los hijos les mola mogollón lo de compartir su mundo contigo y te reciben siempre -casi siempre, todo hay que decirlo, que yo ya he experimentado en mis propias carnes un rechazo del tipo: mamá tú vete allí y déjame pintar tranquilo– con los brazos súper abiertos. Te ven entrar en su zona de influencia y entonces todo son piececitas, hojas a medio dibujar, rotus sin tapa, telas que son capas y libros abiertos. Todo ello aderezado con los típicos olores de la infancia.

Idílico.

Sé que suena muy fuerte, pero para una madre que ha conseguido superar la ansiedad por no tener la casa como una patena y se haya rendido a la evidencia de que es imposible, este momento lo es… durante un rato. Después, lo que te pide el body es lagarte de allí a un lugar seguro. El cuerpo es sabio, no digo más.

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Un día en el que casi me escapo, le robé ésta foto 🙂

Porque además pasa una cosa, y es que ellos empiezan muy fuerte contigo, al principio eres lo más: mamá por aquí, píntame un dinosaurio por allá, mira que tren he construido, patatín patatán; pero según pasan los minutos, se abstraen. Se meten en su mundo. Lo mismo estás tú on fire con la moral por las nubes porque te has inventado una historia cojonuda con los peluches y le tienes flipado, cuando de pronto el colega se ralla:

-No, eso no es así. Los caballos no comen sopa- te dice serio como un señor.

-¿Cómo que no? Estos caballos pueden comer lo que tú te propongas que coman. Estos comen sopa-, dices convencida mientras haces ademán de continuar con la historia.

-Los caballos no comen sopa. Trae, déjame a mí.

Y te quitan los caballos de las manos, y adiós muy buenas. Te dejan a un lado.

Y tú, claro, como es lo lógico y lo normal, empiezas a perderte en tus propios pensamientos de persona adulta, y te entran necesidades: leer un capítulo de esa novela, tomarte un cafelillo mirando por la ventana, buscar un lugar despejado y sentarte a meditar. Yo qué se, cada uno lo suyo. El caso es que empiezas a querer largarte de allí, salir de ese mundo infantil y regalarte unos minutos de relax propio. Es este el momento en el que te pones a maquinar el mejor sistema para que tu mutis por el foro sea fructífero y los carceleros te dejen marchar.

Por eliminación, la mejor de las opciones es el teletransporte, que incluye una desaparición rápida e instantánea. Sales de esa ensoñación y lo que haces es levantarte como buenamente puedes sin pisar nada, deslizarte por los laterales de la estancia, descalzarte incluso y guardarte las zapatillas en los bolsillos… Y te vas escapando como una sabandija cobarde que saborea su escapada triunfal y ya casi, casi tiene la mano en el botón de la nespreso.

De pronto, pocos segundos después y muy probablemente coincidiendo con ese momento en el que ya presientes el olor del café calentito, un grito rompe el silencio del hogar:

-¡Mamáaaaaaaaaaa!

-¿Sí?-, respondes tímidamente y muy bajito a ver si por un casual se les olvida que te han llamado.

-¿Vienes?

-¿A jugaaaaaar?- repreguntas esperanzada, con una sonrisa amplia y amorosa, feliz porque te han vuelto a admitir en su pequeño reino. Que le den al café, qué coño. Tu lo que quieres es terminar esa torre de lego.

-No, a sentarte.

– ¿A sentarme? Joe, hijo, si no me haces ni caso.

-Siéntante ahí, porfa, mami.

Y ya, si te dicen mami, lascagao: secuestrada entre piezas de madera hasta nueva orden.

Si ya estaba yo diciendo que esto de ser madre es una terrible contradicción…

 

 

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