Mamá de una niña

En un primer momento pudiera parecer que es mucha la diferencia entre tener un bebe niño y un bebé niña, ¿no? Ya desde el embarazo todo parece otro mundo: ropita, pendientitos, el chisme de sujetar el chupete, sabatinas… si se quiere, todo lo hay de niño y de niña. Por suerte para mi escasa paciencia y conocimientos estilísticos, en nuestro caso concreto todas esas elecciones no han existido. Afortunadamente, ya existe ropa igual de cómoda, colorida y sencilla tanto para los niños como las niñas, son muchas las familias que deciden no poner agujeros para los pendientes en las orejas de sus hijas, es fácil encontrar juguetes no sexistas si se investiga un poco… En fin, aunque es un terreno en el que aun queda mucho por hacer, sí se nota que se van dando pasos para una igualdad de género que empiece ya desde pequeños, desde bebés. A mí eso me parece importante: que en casa no existan diferencias de trato, de juego, de expectativas para con  M. y Laniña.

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Ese fenómeno paranormal que es el pelo de Laniña.

Pero el caso es que sí, qué carajo, sí hay un tema, un pequeño detalle que hacer que criar a Laniña esté siendo un pelín más complejo que criar al niño mayor, un tema profundo y que debería ser objeto de un buen análisis sociológico: su pelo.

Rara, rara es la persona que se acerca por primera vez a ella y no me mira con el ceño fruncido mientras la señala y dice: uy, ¿y ese pelooooooooo? No sé, algunas veces creo que esperan que les confiese que sí, que se lo he injertao yo por lo privado porque yo quería una hija que naciera con una buena peluca, oye. Pero en fin, ese pelo que se gasta la muchacha para mí supone un problema técnico prácticamente diario: las gomas del pelo que necesito para que la deje vivir. Lo cierto es que Laniña tiene un pelo que no es ni medio normal. De verdad, lleva con coletas desde los cinco meses. Esa espesura hay que controlarla de alguna manera, y como las horquillas me parecen un arma de destrucción masiva en sus manos, porque todo es susceptible de acabar en su boca y yo creo que soy muy joven para morir de un infarto, pues no queda otro sistema más que el de las coletas, que además le quedan que dan ganas de comérsela, ay, con esa carita redonda que tiene.

Lanzo, pues mi pregunta al ciberespacio: ¿por qué las gomas del pelo o bien desaparecen en pandilla justo antes de salir con prisa, o bien aparecen por cualquier parte de la casa de dos en dos cuando no hacen falta? Es un tema que supone para Laniña algunos problemas oculares, ¿no veis que la pobre sin goma no ve tres en un burro, con toda esa cabellera negra que se le cae encima de los ojos, y se desorienta en ese mundo propio, suyo, a dos palmos por encima del suelo? Como cortar por lo sano a mí me da una pena enorme (ya le corté el largo hace un par de meses con todo el dolor de mi corazón), la solución ha sido comprar los packs de gomillas de colores de tres en tres, con la idea de que siempre haya uno en algún lugar visible de la casa. No funciona, tampoco, este sistema. Estoy un poco desesperada, coño, ¿!es posible de verdad que la única diferencia en la crianza de estos dos hijos vaya a venir de la mano de unas puñeteras gomas que me traen por la calle de la amargura!?

Ahora un poco más en serio: me acuerdo de un post, éste, que escribí cuando M. era muy pequeño. Suscribo cada cosa para aplicársela a Laniña, pero añadiría algunas más: es mujer y eso es una gran noticia; tiene también un gran poder, que espero ejerza con una gran responsabilidad. A ver si me siento un día de estos, tan pronto como consiga juntar dos gomas para peinarla cualquier día por la mañana, y se lo escribo en un post:)

 

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2 comentarios en “Mamá de una niña

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