Yo tengo la teoría de que los juguetes están vivos. Hace mil años ya, los de la peli nos vendieron el tema como si fuera una historia de ficción, pero no tengo yo muy claro que lo sea. Aquí al menos, se toman unas libertades que no son ni medio normales, son unos rebeldes -con causa, supongo, porque son incorregibles- que hacen lo que quieren a lo largo y ancho de la casa, siempre con el consentimiento y la supervisión de su dueño M., claro. Les pillo muchas veces conversando entre ellos en un idioma secreto que se habla muy bajito y se interrumpe bruscamente cuando algún adulto anda cerca. Lo que hacen, lo sé, es idear un complot contra mí, estoy segura. ¡Contra mí! Yo, que soy un espíritu libre, una desordenada contumaz de toda la vida, una persona despreocupada de todo lo que tiene que ver con el orden, una persona a la que le importa un pimiento tardar un par de minutos más en encontrar una camiseta si esos minutos los he podido invertir en no hacer ni el huevo y dedicarme a la vida contemplativa de forma fugaz.

Pequeña muestra de la formación
Pero sí, entre ellos y M. han conseguido que me sienta estresada y agobiada por lo trastos en mi propia casa. Han conseguido que mire a mi alrededor algunos días y piense que no puede ser vivir en ese desorden, que mañana mismo tiro todo por la terraza, si es que se me pone la cabeza loca solo de pensarlo. El mayor ya tiene claro más o menos lo que significa el concepto de orden, lo que pasa es que no suele tener tiempo para practicarlo. La pequeña, por su parte, tiene toda la pinta de ser como yo y la pobre parece que no va a necesitar un poco de organización en su vida hasta que ella misma sea madre, por lo menos.
Así que así pasan los días: se ordena todo minuciosamente cuando se tiene un rato tranquilo, y luego comienza la acción. Desde por la mañana, M. deja todo bien extendido por la casa antes de irse al colegio: todos los juguetes colocados en sus puestos -los que acordaran el día anterior en una de sus conversaciones susurradas, imagino- y a ver quien es el guapo que lo mueve de ahí. El tío tiene memoria fotográfica y recuerda todas las posiciones al milímetro, y luego además las defiende con tanto ahínco y tanta precisión que te da no sé qué movilizarle el material.
Pero bueno, que por la mañana todavía la situación es manejable. La cosa empieza a ponerse seria ya después de comer, cuando cualquier rincón de la casa está invadido por alguien: perro policía, coche, útil de cocina, pieza de construcción, pieza de puzzle, lápiz, cuaderno, piedra o palo. De locos. Y yo les miro, a mi hijo y a sus secuaces, y sé que están tramando un plan para hacerse con el control de la casa, plan que incluye hacerme cortocircuitar -!a mí!- por el desastre que percibo mire donde mire.
Muchas veces pongo el dedo tieso y abro la boca para mandar a grito pelao poner un poco de orden… pero al mirar la magnitud del desastre suelo bajar el dedo, reconducirlo hacia una taza de café, y sentarme con Laniña a observar. Ella me mira, creo que diciéndome sin palabras que cuando ella también pueda hablar con los juguetes, entonces sí, voy a saber lo que es un asedio de verdad 😀