Este es un concepto, ya es hora de confesarlo, desconocido para mí. Me di cuenta de que no lo tengo integrado en mi vida el sábado, porque quedé a comer con mis amigas A. y A. y salió el tema:
-Pues yo tengo pendiente el cambio de armario, dijo A.

Ropajes al sol
Ajá, pensé yo. Muy bien. Y entonces, así en ambiente distendido entre amigas de toda la vida, expuse MI método. Luego, de vuelta a casa, decidí que también lo iba a escribir por si en un futuro a mis hijos les sirve de algo el sistema y así se acuerden de su madre cuando lo pongan en práctica.
Lo llamo método porque no tengo vergüenza ninguna, porque ni es método ni es nada, pero bueno. Por entendernos.
La cosa consiste en no tener claramente definidos los conceptos «ropa de invierno» y «ropa de verano». Esto es básico para proceder de la manera en que procedo yo, porque a nada que seáis lectoras y lectores mínimamente organizados y guardéis la ropa por temporadas, apaga la música y vámonos. En ese caso, este sistema no es para vosotros.
Para el resto: una vez asumido en la familia que la ropa es ropa, y tan sólo está en primera o última posición del cajón según el clima que haga, la cosa va rodada. De este modo, el cambio de armario viene regido no por las estaciones sino por el crecimiento de la prole.
Entonces, un día abres el cajón y se te aparece una camiseta y, junto a ella, una visión: la del último día en que se la puso alguno de los hijos y se plantó ante ti con el aspecto de estar envasado al vacío. Entonces tú, como buena madre que eres, procedes a retirar esa prenda de la circulación y lo haces como hacen todas las madres y padres que sí hacen el cambio de armario. Vamos, que procedes subiéndola al maletero.
Y aquí es donde llega la mayor de mis innovaciones: como casi nunca está la escalera a mano, lo que hay que hacer es echar unos pasitos hacia atrás mientras se dobla la prenda amorosamente. Una vez que se ha calculado la distancia adecuada, con un sutil movimiento del brazo y un pequeño impulso que te hará ponerte de puntillas, haces canasta en el maletero. Y ahí se queda la prenda retirada, la pobre, con otro montón de compañeras más o menos dobladas, más o menos colocadas por tallas, más o menos organizadas en ese maletero tan sui géneris.
Luego, un buen día, pasa lo que tiene que pasar: que intentas hacer canasta y la prenda en cuestión te rebota. Entonces, ese día la cruda realidad se planta ante ti y solo te deja una opción clara: mover el culo hasta el trastero, agarrar la escalera y echar el maletero abajo. Si tienes a los niños alrededor es un buen momento para llamarlos:
-¡¡Niñooooooooooooooos!! ¡Va a llover ropa!
Y se ponen debajo y lo flipan.
Luego ya toca pasar toda la tarde haciendo paquetitos para la familia y los amigos, que nosotros somos muy de donar y muy de aceptar, y vamos separando entre todos: esto para Fulanita, esto para Menganito, esto lo guardamos que tiene un tomate, esto también lo guardamos por si acaso… Y así 🙂
Lo que sí comparte mi método con el tradicional cambio de armarios es que es cíclico: aquellos regidos por los dos solsticios, nosotros regidos por el crecimiento infantil 🙂
Absolutamente genial tu método Paula, me lo apunto que el de cambio de solsticios me cuesta la vida dos veces al año. Lo mejor, la lluvia de ropa. Tengo que liberarme y hacer una de esas…
Un besito!
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tampoco es que sea la panacea…jajaja 😉
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Jajajajajaja! Mu apañao!
Mi método es similar. 😉
Muas!
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ole los métodos anarquistas! besitooos!
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