Pocas veces como ahora, como hoy, he tenido la sensación de que el verano es realmente una hoja en blanco. Tan en blanco como todos los mañana, sí, pero como es verano, mola mil veces más. Hemos estrenado estas vacaciones escolares con las ganas de aventura intactas, aunque eso sí, con el mismo riguroso madrugón con el que nos hubiésemos despertado un jueves cualquiera. Es un tema que tenemos que trabajar durante unos cuantos días, el de adaptar el reloj interno a lo que corresponde: levantarse tarde, desayunar tarde, quitarse el pijama tarde e ir haciendo planes sobre la marcha. Este sistema, despiertos desde las ocho menos diez, no funciona.
De modo que aquí estamos, con la primera foto de nuestro diario de verano, la típica de la puerta del primer día de curso y la del primero de las vacaciones. Ahora mismo juegan en el jardín en semibolas, con el pelillo mojado y oliendo a jabón, y no han pronunciado las palabras mágicas: «mami, quiero dormir». Es que aunque su cuerpo no lo sepa todavía, ellos ya se sienten de vacaciones.
Y eso, a todos nos pasa, da subidón.
A veces pienso en que cuando sean mayores les imprimiré estos diarios de verano, y en que igual me preguntan que por qué no los de invierno o primavera. Y yo diré: pues hijos míos, porque sí. Porque era verano y la rutina no nos comía, y estabais más silvestres y todo daba más igual, y era más fácil pillaros in fraganti porque el aire libre y el agua y la falta de horarios y la fruta fresca y la sorpresa siempre posible, aunque siempre os pasa, os hacían y os hacen más proclives a brillar.
¡Hasta mañana! 🙂
Menudo regalazo esos diarios!!!!
Muas!
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