Si te paras a pensarlo un segundo, con niños de por medio hay peligros por todas partes. Si las madres y los padres lo pensáramos mucho, igual no sacábamos a los hijos nunca a las calles si no fueran envueltos en papel burbuja, o mejor, directamente dentro de una burbuja gigante y esterilizada que garantizase un aire limpio y puro, libre de mierdecillas.
Pero como en esto de la maternidad cuenta mucho lo de rebajar un poco el nivel de paranoia para poder vivir (porque es que de verdad, si no no vives), se hace un esfuerzo por criar a los niños en libertad, y ya si es verano pues como que una se va relajando más y se ven normales cosas que rozan el desastre.
Que me voy por las ramas.
Los pomperos son el juguete más barato y más eficaz que existe. Si hay pompero, no se oye a los niños. Si se gasta el pompero, los vuelves a oír solo hasta que les endosas el pompero de nuevo hasta arriba de fairy. Y entonces, vuelve el silencio.
Hay una norma universal: mucho silencio cuando se vive con niños, es el mal. No es bueno.
Por tanto, un silencio continuado con un pompero de por medio solo significa una cosa: se están bebiendo el agüilla.
Cuando te pispas, lo primero es coger a los niños en volandas y empezar: !escupe, escupe!
Ellos se ríen.
Luego les sale una pompa.
Se descojonan.
Les miras. Les ves saludables, felices, huelen a jabón.
Sopesas.
Coges el pompero, aclaras un poco el exceso de fairy, y se lo vuelves a dar.
Te miran con amor.
Vuelve el silencio.
¡Hasta mañana! 🙂