Familiarmente, estamos en ese momento en el que ir a un parque supone unir dos vertientes vitales totalmente distintas: Laniña es feliz retirándose el pelo de la cara entre tortazo y tortazo al salir volando del tobogán, y M. disfruta durante horas del suave balanceo de su barca-columpio imaginaria. En ella navega tranquilamente viendo el horizonte caribeño cuajado de barcos pirata, y entre batalla y batalla vuelve por momentos al mundo real para dejar caer alguna de esas preguntas sencillitas y nada trascendentales que a sus casi cinco años comienzan ya a asaltarnos (y asaltarle) cada vez con más frecuencia.
Combinar los dos momentos vitales de mis dos hijos, acompañarles con calor a los dos, no dejar ninguna pregunta del mayor sin respuesta y controlar que a la pequeña le duren los dientecitos unos cuantos años más, es un desafío extenuante.
Suerte que hoy la barca-columpio de Miguel me permitía meterme bien en el papel, y he podido acompañar a Laniña en su juego temerario desde mi gran catalejo pirata.
¡Hasta mañana! 🙂
Qué bonito. ❤
Muas!
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