Hay una actividad que llevo a cabo diaramente unas ochocientas veces: recoger el pelo a Laniña. Coletas, moños, diademas… da igual. Es hacer el recogido en cuestión, y verlo desaparecer en cuestión de minutos.
Un pensamiento recurrente que me sobreviene cuando la veo arrancarse la goma con una habilidad verdaderamente fascinante es algo un poco radical: corte a lo garçon, como se lo cortó una vez mi amiga Laura en el bachillerato.
Luego lo pienso, y me digo: ¿me voy a privar yo, y de paso a toda la familia, de las risas al verla retirándose el pelo de la cara con ese arte que ella tiene, que parece que lleva años ensayando la pose? ¿Voy a hacer yo, egoísta, desaparecer esos gritos familiares cada vez que no encontramos ni una goma en toda la casa porque las pierde de dos en dos?
Y por último, pero no menos importante: ¿me siento preparada para enfrentarame a la hipotėtica situación de acercar unas tijeras al cuerpo siempre en movimiento de mi hija, con todos los riesgos para mis nervios que eso implica?
La respuesta a esta tres preguntas es un rotundo y sonoro ¡NO!
Igualito al que ella entona cuando le digo: Hija, ven aquí un momentito que hago la coleta, porfavor 😂