En casa, la comida la hacemos entre todos los que estemos. Entre semana, ahora en verano, solemos ser el niño, la niña y yo.
Rápido y limpio, lo que es rápido y limpio, este sistema no es.
Acabo de cáscaras de patata, peladuras de calabaza, sal y perejil que no es ni medio normal, pero es que me han salido cocinillas, qué le voy a hacer. Yo me lo tomo como una inversión a futuro, y pienso que en unos cuantos años les tendré haciéndo la ensaladilla mientras yo dormito en la distancia.
Como hoy por hoy eso es una ensoñación a futuro, la liamos todos los mediosdías. Hoy hemos hecho lo que comocemos como arroz marinero, que no es otra cosa que arroz con productos del mar varios. Un poco laborioso, pero muy rico. El tema es que cuando hay tantos frentes abiertos (fuegos, puertas, niños yendo y viniendo cortando puerro, mangueras encendidas, una dejando el pañal por decisión propia y otro especialmente independiente y pidiendo cada vez más responsabilidades culinarias), alguno acaba saliendo de mi zona de control.
Hoy ha sido el tema de la campana: se me ha olvidado encenderla.
Solo nos hemos dado cuenta de este hecho cuando, tras recoger la cocina y encaminarnos a otra cosa mariposa, M. se ha parado en medio del pasillo, me ha mirado, ha encogido la nariz y ha dicho a todo aquel que ha querido escucharle:
-Aquí huele a gamba.
Este tipo de reacciones hacen que me vuelva a quedar súper claro que mucho más que las palabras, son nuestros ejemplos los que de verdad calan en los hijos: esa afirmación la lleva entonando su padre desde que nos arrejuntamos como familia y en casa se cocina pescado.
Lo que viene siendo predicar con el ejemplo 😂