Estando de vacaciones, yo observo la vida con más detenimiento. Voy por estas calles que no son las mías más despacio de lo normal, dando pasos largos y lentos para ir esperando a los dos niños, que también se contagian del ritmo vacacional y tardan una hora en recorrer quinientos metros, pero qué más da. Las calles y las plazas están llenas de familias como nosotros, con bebés de las manos, niños que solo se alejan unos metros, y adolescentes que van cerca de los padres, pero sin esa facilidad que sí guardan los hermanos pequeños para la cercanía física con los progenitores, y que lo mismo te abrazan una pierna, que te dan un beso en la mano o se restriegan la mejilla contra tu tripa buscando un abrazo fugaz.
Yo procuro no adelantarme mucho a los acontecimientos, y desde luego sacar lo bueno de cada etapa, pero hoy volviendo de comer el helado me he dado cuenta de que el privilegio de llevar (o dejarte llevar) por un niño, a su ritmo, de la mano, sin prisas y sin planes cerrados… debería ser una sensación perpetua ❤️