Hoy hemos llegado al momento helado de puro milagro. Los niños agotados, pero los adultos a rastras. Tres horas de playa non stop han bastado para agotarnos la pila, pero que hemos llegado a la casa arrastrando los zapatos masticando tierr, que he metido a los niños en la bañera y casi se atasca. A Laniña le caía a puñados del pelo, a puñados de verdad. Yo venga a aclarar, y ese pelo venga a soltar.
Cuando ya estábamos todos relucientes y bien exfoliados, les he visto restregarse los ojos muy fuerte y he pensado: ¿a que se duermen sin el paseo? Lo he propuesto, porque a mí ese baño de sol me ha dejado muy tocada, y visualizarme a las nueve de la noche con los niños acostados y mi libro haciéndome señas me ha hecho venirme muy arriba.
Pero que si quieres arroz, Catalina. Que dónde estaban las sudaderas que nos íbamos a por el helado en ese mismo momento, menga mami mamos, me decía la pequeña. M. me tiraba directamente de la ropa, que ni darme el aftersun en condiciones me ha dejado.
Total, que hemos ido, claro.
Y nos hemos sentado en la placita a comerlo, tan panchos. Con nuestras sudaderas, que es una de las mejores cosas que tiene venirse al Norte, lo de ponerse ropa calentita después de todo el día con look playero.
Y además yo es que les veo ya a esas horas, morenitos, cansados de esto que se te apoyan en el hombro cada vez que pueden, con ese olorcitó a limpio y a chocolate que les deja el helado y con las manos tan calentitas de llevarla por dentro de las mangas… y me pasan cosas ❤️