Pillar la playa vacía es un privilegio que se valora desde la más tierna infancia. Como hoy estaba totalmente tapado, y chispeaba a ratos, y no había ni un poquito de sol, la playa estaba disponible, entera, solo para nosotros. A esta gran noticia se ha unido otra: han decidido, los hijos, que hoy era un día interesante para alejarse tranquilos, solos los dos, a «aventurear». Sin gritos, sin peticiones, buscando piedras y cangrejos en la playa fresca y vacía con el culo al aire.
Yo me he dedicado a hacerles fotos y a observarles brujulear, a una distancia prudencial perfecta: la que permite vigilar sin agobiar, y no hacerme muy visible para no romper el hechizo y que de pronto decidan gritar un «¡MAMÁÁÁÁÁÁÁÁ! con esa energía que les caracteriza y que lo mismo sirve para anunciar algo bueno que un desastre.
Como decía al principio, la magia de la playa sin gente se percibe se tenga la edad que se tenga, y lo he descubierto hoy cuando he escuchado lo que venía tras el grito de guerra de M. después de un buen rato a lo suyo:
-¡Qué bien se está hoy en la playa!, ¿verdad!
Y que lo digas, hijo, y que lo digas, he pensado mientras le sonreía en señal de reconocimiento y me volvía a recostar en la arena fresquita mirando al infinito frente al que se recortaban sus siluetillas menudas y conocidas.
Pasada total!!!!😉😉
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