Hemos tenido que poner una alfombra nueva por causa de fuerza mayor. Que no daba más de sí la otra pobre, mañana la llevo al tinte para que le devuelvan un poquito de dignidad antes de regresar a su verdadero hogar: la casa de mis padres.
Esta nueva nos gustó a los cuatro, por unanimidad y en cuestión de segundos. Estuvimos en el Leroy Merlín unos 8 minutos, es que no cabía en mí de gozo, de verdad. Llegar y comprar la alfombra, sin vueltas, sin dudas, sin mareos, sin «busca a alguien para preguntar». Nada. Rápido y eficaz. Le doy muchas vueltas a este punto porque a mí que las cosas salgan así de rodadas, me sube la moral. Lo dejo por escrito para cuando lo lea en tiempos venideros, para volver a sentir el subidón.
Total, que la alfombra ha demostrado ser la adecuada ya desde el primer minuto en casa: ni hecha a medida. Algunos ratos me sorprendo a mí misma mirando como boba al suelo, apartado mierdecillas de los críos con el pie para que salgan de mi campo de visión y poder disfrutar de la experiencia sin distracciones. Luego pasa que me doy la vuelta (porque por algún extraño motivo la vida diaria te impide pasar horas mirando al infinito), me despisto y cuando vuelvo a mirar me encuentro con mis amores pequeños con todos los plastidecores bien extendidos calcando libélulas, o comiendo melocotón en una esquina tranquilamente.
M. se concentra tanto, se le pone una cara tan bonita… y Laniña coge el tenedor de una forma tan graciosa con sus manos chiquititas, que se me olvidan la alfombra nueva, el fensuí y todas las menudencias domésticas ❤️