La niña de la selva

A veces en la vida no te queda más remedio que abrir la mente y dejarte sorprender por lo que venga. A mí, en concreto, me vino hace casi dos años una hija loca. Troglodita. Si hubiera sido india, india americana, fijo que se llama Pluma Volando Libre al Viento o Golondrina Salvaje.

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El caso es que ella durante el invierno consigue más o menos hacer una vida normal (ahora recuerdo que en plena Semana Santa se fisuró la tibia y estuvo escayolada), pero es llegar el verano y dejarse llevar por su auténtica naturaleza: pelo al viento, pies descalzos, ropa inexistente, agua por todas partes y dedo gordo del pie siempre preparado para hacer de avanzadilla y probar el agua de la piscina, sentir la consistencia del barro del jardín o comprobar si podrá resistir lo suficiente el calor insoportable de las baldosas abrasadas por el sol para llegar a la otra punta del jardín y señalarme una avispa.

Pispa, pie, titi, duele, tí. Que le picó una avispa en el pie un día en la pisci y que le duele, sí.

Ahora el panorama es este: una uña de la mano a punto de caer, una picadura de avispa que no se olvida y esa manera de comer sandía de niña de la selva, que reconozco que me enternece hasta niveles de locura.

¡Y sólo llevamos once días de verano oficial!

¡Hasta mañana!

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