Ya llevamos quince días de vacaciones, aunque parezca mentira. El tiempo es súper relativo, porque algunos días parece que nunca terminan, pero si lo miras en global, al revés: el tiempo vuela.
El caso es que podemos decir que acabamos de coger ciertas rutinas dentro del descontrol controlado que suponen las vacaciones, y una de las que más molan es la que se establece después de comer: en la penumbrilla fresca que a duras penas conseguimos mantener dentro de casa en los días de calor, les pongo un ratito los dibujos. Yo suelo intentar leer, pero casi siempre acabo sirviéndoles de sofá por turnos, porque están aún en la edad en la que es un planazo estar encima de mí durante horas, cuanto más cerca y más encima, mucho mejor.
El caso es que en ese rato de tranquilidad, que no dura mucho la verdad, no suelen hacer caso a la tele. Ellos la tienen de fondo mientras hacen sus cosillas, pero algunas veces pasa que algo les interesa y entonces dejan de murmurar, gritar, saltar, trepar, pintar, hacer que leen… y cogen la posición de interés, la de la foto. El caso es tumbarse donde pillan, por ejemplo, entre la mesa y el sofá. Muy casual.
Se empapan bien de lo que Bob Esponja tenga que decir, y de pronto alguno de los dos decide que es el momento de apagar la tele, se levanta y ¡pum! Adiós muy buenas.
Es este el momento en el que se me acercan, y surge de sus boquitas la pregunta del millón, la pregunta que me hace cerrar el libro lentamente y escuchar con aprensión: ¿mami, salimos ya?
En mi mente se suceden las imágenes de la futura tarde que nos espera a gran velocidad: manguitos, toallas, chupitos de agua de la pisci, llantitos, avispas, cuencos con fruta para merendar, pequeñas putadillas que se hacen entre ellos, bañadores mojados, juguetes desperdigados, el olor del aftersun.
Repaso las imágenes, tomo aire, cojo impulso…
Y adiós a la paz ❤️