Aquí, en el pueblo, se lleva la experimentación sensorial hasta sus límites: se meten las manos en el pilón hasta que duelen, se retoza por el suelo hasta que las rodillas se quedan negras, se baña uno en la piscina helada hasta que los labios se quedan azules, se habla sin descanso porque siempre hay alguien dispuesto a escuchar, se recogen tomates y calabacines durante casi toda la tarde porque aquí los huertos son grandes y fértiles como ellos solos.
Esta expansión de los sentidos se resume perfectamente en lo que nos decía M. esta tarde, subido a los hombros de su padre, mientras volvíamos a casa sobre las nueve, agotados, sucios y felices: «me encanta la tarde noche, porque siempre hay airecito fresco, y porque se ven pájaros y se les escucha cantar».
¿En qué momento ha empezado a ser capaz de captar la magia de algunos instantes, sutil y pasajera, magia que muchos adultos se olvidan por completo de percibir?
Se me enamora el alma ❤️